jueves, 15 de diciembre de 2016

Relato de Navidad

Los ojos del pequeño Lucas se salían de sus órbitas. Ni parpadeaba. Los cientos de libros que se almacenaban en las baldas en total y absoluto desorden le dejaron atónito. No sabía lo que se iba a encontrar cuando por curiosidad se internó en aquella librería. Todas aquellas estanterías que se perdían hasta el fondo, con la misma cantidad de polvo olvidado que libros soportaban, eran una visión increíble para el niño. Anduvo muy despacio por uno de los pasillos examinando todos los volúmenes de todos los tamaños que podía imaginar que iban apareciendo ante sus ojos. Hasta que una voz lo sobresaltó sacándole de su ensimismamiento
—Buenos días, muchachito ¿puedo ayudarte en algo?
El niño se volvió hacia donde había escuchado la voz encontrándose con un anciano
— ¿Has leído todos estos libros? —preguntó con cara de incredulidad.
El librero se echó a reír.
—No, amigo. Muchos sí, pero todos no.
—  ¡Pero si tienes cienes de libros…, millones! —gritó todo entusiasmado.
El viejo volvió a reír, pero esta vez tan impetuosamente que le provocó un ataque de tos. El niño se preocupó por el anciano preguntándole si estaba bien, y este le devolvió una sonrisa al tiempo que le decía:
—No nos hemos presentado. Mi nombre es Lope ¿y el tuyo?
—Es un placer conocerte don Lope. Me llamo Lucas.
Los ojos del viejo volvieron a sonreír ante la educación del muchacho y su forma de hablarle.
—Entonces ¿te gusta mi librería?
—Es chulísima. Es muy vieja, como tú.
El librero estaba asombrado de la personalidad tan viva del niño y le preguntó si podía ayudarle en algo. Este adoptó cara de pensar y tras un breve momento le dijo que quería leer un libro, pero uno entero, y muy gordo. Ante semejante respuesta estalló en carcajadas dejando al niño con cara de sorpresa. No sabía qué había dicho pero a don Lope le había hecho mucha gracia.
Cuando pudo serenarse, miró al niño, y le preguntó qué libros había leído. Tras pensar un rato le contestó que gordo ninguno. Todos eran cuentos con dibujos.
—Pues El pirata Metepatas, El rey Solito, Teo y su familia, Teo en el cole, Teo va de vacaciones, Teo en tren, Teo…
—Para ya, para ya jovenzuelo —interpeló el librero entre risas—. Te he entendido, creo que sabes todo sobre Teo. Y me hago una idea de tus lecturas.
—Y yo quiero leer otras cosas —añadió el muchacho poniendo cara de aburrimiento.
Don Lope escudriño a Lucas. El niño había despertado en él algo olvidado, en sus ojos había un brillo distinto. Le recordó a sí mismo cuando hace muchos años comenzó a leer, devorando cada libro que caía en sus manos: Y le vinieron a la mente Viaje al centro de la tierra y La isla misteriosa de Julio Verne, Sandokán de Emilio Salgari, Ivanhoe de Walter Scott,  La isla del tesoro de Stevenson… Cuántas horas de placer, siempre perdido en mundos lejanos. Sin embargo, se quedó pensando. Le hizo al niño una seña para que no se moviese y despareció tras unas estanterías tan atiborradas de libros como las que había en el resto del local.
Tras un breve momento volvió con un pequeño libro y se lo entregó. El niño lo cogió y leyó el título despacio:
—El Principito, de… —y al llegar al nombre del autor comenzó a trastabillarse.
—Antoine de Saint-Exupery —dijo el librero. Fue un piloto de aviones y luchó en la guerra.
—  ¿Qué guerra? —interrogó el niño.
—Una de las miles que el hombre ha hecho contra sí mismo. Pero da igual. Es la historia de un piloto y un príncipe que viene de otro planeta y… bueno, mejor será que lo leas. Y acuérdate siempre de una cosa “No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.
El niño le miró con cara de extrañeza y el viejo le devolvió un guiño.
—Lo voy a leer hoy mismo, porque ¿Sabes don Lope? No tengo clase, como es Nochebuena. Espero que me dé tiempo porque esta noche vienen todos a cenar a casa.
—No corras, léelo con calma y a solas. Piensa en cada línea y viaja con el principito.
—De acuerdo, don Lope, ¿y tú con quién cenas esta noche?
El librero agachó la cabeza y dijo:
—No tengo a nadie.
Y el muchacho le dirigió una mirada de tristeza mientras le preguntaba
—Pero ¿y vas a estar solo?
Inmediatamente don Lope reaccionó al darse cuenta de la situación y soltó una gran carcajada.
— ¡Pero no, amigo Lucas, solo no! Tengo a don Quijote que vendrá a lomos de Rocinante, los tres mosqueteros pero sin D’Artagnan que cenará con su novia, Alicia con la Reina de Corazones que parece que se llevan algo mejor, Peter Pan y Wendy, Sherlock Holmes y su inseparable Watson… Ah no, amiguito, solo no. Todos estarán conmigo esta noche y será una velada espectacular.
El niño le miraba estupefacto mientras cavilaba: ¿Dónde cabrá tanta gente? Pero si esto es muy chico, y una sonrisa iba haciéndose sitio en su cara.
— ¡Guau! ¿Todos esos? ¡Qué bien!
Y el viejo asintió mientras el muchacho seguía hablando.
—Nosotros cenaremos pavo, y de postre almohadillas de crema ¡uummm!, lo más favorito del mundo para mí.
—  ¿Almohadillas de crema? —preguntó divertido.
—Siiií, son bizcochos blanditos blanditos y con crema por dentro ¡Qué ricos! —y Lucas se quedó pensativo y suspiró.
—Bueno, don Lope, tengo que irme porque si no mamá se preocupará —y se dirigió hacia la puerta. Ya se iba el muchacho con el libro en sus manos cuando cayó en la cuenta de algo importante. Se volvió hacia el librero y le dijo cariacontecido:
—No puedo llevarme el libro, no tengo dinero.
El viejo librero volvió a sonreír mientras miraba con ternura al niño.
—Es tuyo. Es mi regalo de navidad.
Lucas no daba crédito a lo que oía.
— ¡¿Para mí?! Gracias don Lope ¡es superguay! —y miraba el libro como si fuese su posesión más preciada.
Ahora sí el niño se dirigió a la puerta y, antes de salir, se volvió hacia el anciano y le dijo un ¡Felices Pascuas! que llenó de felicidad al librero.


El resto del día transcurrió sin más cuestiones destacables en la librería. Cuando iban a dar las seis de la tarde don Lope creyó que ya era suficiente. Determinó que se iría a casa dando un largo y tranquilo paseo, y luego se prepararía una buena cena. No todos los días son Nochebuena. Así, cogió su abrigo y su sombrero disponiéndose a salir a la calle. Pero al abrir la puerta se dio de bruces con una pequeña figura.
—Pero Lucas ¿qué haces aquí? —preguntó con satisfacción el anciano.
—Menos mal que he llegado a tiempo, don Lope —dijo el niño con voz entrecortada y casi sin respiración.
—  ¿A tiempo para qué?
—A tiempo para esto —y sacó de una bolsa un pequeño paquete. —Son almohadillas, don Lope. Le he contado todo a mamá y le he enseñado el libro que me has regalado, y me ha dicho que, ipso facto, le trajese un presente como agradecimiento. Y yo no sé lo que significa ipso facto pero he corrido todo lo que he podido para llegar a tiempo. Están… ¡mmmm!— y le entregó el paquetito al librero. —Así ya tienes postre para la cena de nochebuena.
Don Lope no sabía qué decir. Y, en cualquier caso, un nudo se había hecho en su garganta impidiéndole articular palabra. Ante su silencio el niño preguntó entristecido si no le gustaba lo que le había traído. Como pudo, el librero recompuso la compostura, y agachándose para estar a su altura le dio un abrazo como hacía años que no obsequiaba a alguien querido. Y así estuvieron durante unos instantes hasta que el anciano ya poniéndose en pie le dio las gracias añadiendo
—Y no solo por esto que me has regalado, sino por haber entrado en mi tienda y haberte podido conocer. Gracias Lucas —y se despidió de él.
Cuando llevaba unos pocos metros andados, la voz de Lucas volvió a oírse bien alta:
—  ¡Don Lope! ¡Dé recuerdos a don Quijote, y a Alicia y a Peter Pan…!

Y una sonrisa de oreja a oreja brotó en la cara del viejo librero. Efectivamente era Nochebuena.

 III CERTAMEN DE RELATO BREVE "NAVIDAD SOLIDARIA" 2015

martes, 19 de julio de 2016

Jolín, qué niña.

—Venga papi, cuéntame uno.
—Pero cariño ya sabes que no sé contar cuentos.
—¡Jo! al menos inténtalo.
—Bueno, venga. Voy a ver si me sale uno que te guste. Érase una vez un país mágico donde había una princesa...
—¡¿Ya estamos con los cuentos de princesas?!
—Pero vamos a ver ¿quieres o no quieres que te cuente un cuento?
—Sí, pero que yo sea una niña no quiere decir que me gusten los cuentos de princesas.
—Hija ¿Sigo o no?
—Venga sigue, pero no me va a gustar.
—¡Puf! Mira que eres difícil. En fin, que había una princesita y resulta que la pobre estaba triste...
—A ver papá. Si es princesa no puede ser pobre, y si no es pobre ¿por qué está triste?¿Lo ves? Es que no te esfuerzas.
—Cariño, en qué momento se le ocurrió a tu madre llamarte Mafalda.

domingo, 26 de junio de 2016

Una necesidad

«Tengo una necesidad. Como el bolero, vaya» pensó mientras la miraba fijamente. Y siguió, «pero una necesidad necesaria». Y sus ojos no se apartaban de ella ni un momento. Cualquiera que viese la escena creería encontrarse ante un enfermo ante tal fijación. Casi era una violación en toda regla, pero el tipo no se cortaba. En cualquier momento se abalanzaría sobre ella y entonces tendría un problema y serio. Pero allí seguía, debatiéndose entre dejarse llevar por sus instintos más bajos o levantar la vista y seguir su camino. Mierda de ciudad, él dando vueltas por toda Amsterdam tratando de evitar aquellos escaparates infernales para al final caer en la tentación. Finalmente no se lo pensó más veces y se adentró en el local. Un rato más tarde salía con la necesidad cubierta pero atormentado por un sentimiento absoluto de culpabilidad. Porque ahora si que tenía un problema, y muy serio. A ver cómo le contaba a su nutricionista que aquellos grandes pancakes, con su irresistible color dorado y su azúcar glas por encima, le atraparon totalmente. Pero era una necesidad. Y necesaria.

martes, 14 de junio de 2016

La playa

Se había quedado prácticamente solo en la playa. Sentado en la orilla, viendo como las olas iban y venían rompiendo suavemente sobre sus pies. Aunque el sol se había puesto, las últimas luces del día luchaban por no desaparecer. Una agradable brisa marina le hacía encontrarse a gusto después del calor del día. No pensaba en nada, simplemente se dejaba llevar por el momento, por las sensaciones que le transmitían el tacto de la arena, el roce del agua y el aire en la cara. Pero lentamente una imagen fue apareciendo en su mente. Otro instante ya lejano, un recuerdo grato, similar al que vivía en ese momento, pero con alguien entre los brazos. En aquel entonces el sentimiento era mucho mayor, pleno de matices; sensaciones tan diversas y todas a un tiempo difíciles de describir. Y sin ganas de hacerlo, solo de sentir. Porque el tiempo pasa y con él la experiencia vivida, y como tal no hay que dejarla escapar.

Cuarenta años de aquello y parece que fue ayer mismo. La misma postura, sus brazos rodeando el cuerpo de él, el pecho en su espalda, el olor de su nuca, la arena, el mar y la brisa. Todo igual. Pero no, nunca será igual. Siempre faltará el. Podría haberle dicho que se quedara, que quería saber lo que podría venir después, si habría algo más, mucho más, o si simplemente algo sencillo entre dos con ganas de vivir. Pero le dejó marchar. Y allí estaba, recordando y llorando la ocasión perdida.

La noche había impuesto su oscuridad solo rota por la tenue iluminación del alumbrado proveniente del paseo. Aquellos recuerdos se agolpaban en su memoria. Aunque ahora el sabor era agridulce. Eran otros tiempos, y aquella conducta despreciable. Pero solo era algo hermoso entre dos personas que se amaban. Y pudieron más las consecuencias que lo que había entre ellos.

Aquella noche de hace cuarenta años se miraron a los ojos sabiendo que era la última vez. Sabiendo que tendrían que olvidar todo aquello; pero allí estaba él recordando y llorando la ocasión perdida de haber sido feliz.

viernes, 10 de junio de 2016

Querido marido

Querido marido:

Solo unas pocas palabras para decirte que me voy. Que todo cansa y todo tiene un fin. Que te he querido, y te lo he demostrado a lo largo de estos interminables años de hastío, de aburrimiento, casi de indiferencia del uno por el otro. Pero te he querido. Y no, no eres tú el único culpable. No puedo hacerte responsable solo a ti ya que yo decidí estar contigo. Pero no puedo más. Me ahogo, y necesito volar. Y no, tampoco creas que hay alguien más. No te cambio por otro. Pero es que tú me aburres, me cansas, me tienes harta… Vamos que ya no te aguanto; que eres insoportable; triste, muy triste; y, sí, tonto pero muy tonto. Pero yo te he querido, soy así.
En fin, cariño, que ahí te quedas.

Tu esposa, la que casi te odia, pero con cariño.

miércoles, 8 de junio de 2016

She's a Rainbow

Siempre me siento en el mismo banco del parque. Está lo suficientemente alejado para no oír el ruido de los coches que pasan cerca de él pero tampoco excesivamente aislado como para sentir una soledad agobiante. Me gusta leer allí. Y si el día es soleado me puedo pasar las horas muertas. Muchas veces dejo el libro y me entretengo en meditar. Hay tantas cosas en el mundo a las que no echamos ni siquiera una ojeada y que bien merecen una reflexión. O directamente escucho música, mis adorados Rolling Stones. En cualquier caso es tonificante.

Uno de los aspectos interesantes del lugar es que generalmente estoy solo. Algún paseante, alguna parejita atontolinada o algún corredor pueden transitar por este lado del parque pero generalmente me encuentro solo. Y me gusta. Porque, sinceramente, lo que no me gusta es la gente. Llamadme raro pero soy así. A estas alturas de mi vida ya no va a venir nadie a cambiar nada. O eso crees. Porque ahora sigo con mi rutina. Pero durante un tiempo no fue así. Alguien vino a trastocar mi sencillo día a día.

Todo cambió aquella mañana que llegó ella. Precisamente en mis cascos sonaba She's a Rainbow, con aquel piano que anticipa un pop luminoso y colorido. Y apareció ante mis ojos.

"Ella llena de colores todos lados
Ella peina su cabello
Ella es como un arco iris
Llegan colores en el aire
Oh! por todas partes
Ella llega en colores..."

Casi que la música que sonaba en mis oídos parecía la banda sonora de ese momento. Caminaba con paso tranquilo, como si el tiempo no importara. Se sentó en un banco frente al mío. Y junto a ella un enorme perro que se tumbó a su lado. El sol incidía directamente sobre ella. El otoño iba entrando pero aún hacia cierto calor. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos, y se dejó llevar por su calidez. Y así pasó un rato hasta que sacó de su bolso un pequeño reproductor del que comenzó a sonar música. ¿Los Beatles? Sí, eran ellos. Baby, It's You. Preciosa canción.

"No es la manera que sonríes lo que conmueve mi corazón
(sha la la la la)
No es la manera en que besas lo que me deshace..."

Preciosa canción, sin duda. Y curioso. Yo escucho a los Rolling Stones y ella a los Beatles. Quizás debería decirla algo. Acercarme y alabar su gusto musical. No sé, algo. Parece una chica interesante. Pero ¿y el perro? Deja deja, no sea que el animalito me pegue un susto. Y sin embargo ella es..., vaya, no sé. Pero dejé pasar la mañana. Y obviamente se fue.

Al día siguiente volví a mi banco y me enfrasqué en la lectura de mi libro. Al rato me sorprendí a mí mismo mirando el banco donde mi desconocida se sentó el día anterior. Sinceramente no esperaba mi reacción, como tampoco esperaba volver a verla. Pensé que solo había sido algo anecdótico. Pero no. Sí que volvió. Hizo su aparición por el fondo del camino, con su andar pausado, llenando a su paso todo de color. Y sin perro. Y yo sin poder dejar de mirarla durante todo el trayecto que la llevó hasta el banco donde se había sentado la mañana anterior. Y repitió los mismos gestos. Se recostó dejando que el sol bañase su cara y un rato más tarde volvió a sacar el aparatito de música y volvieron a sonar los Beatles. Entretanto, yo me parapetaba tras mi libro sin poder quitarla ojo. Pero nada más.
Y así evidentemente volvió a transcurrir la mañana y terminó por irse.

Se sucedieron los días y siempre aparecía por el fondo del camino, cumpliendo con su ritual y llenando de color el momento. Y mientras yo fui incapaz de decirla ni la más mínima palabra. Solo la miraba, tumbada al sol, escuchando su música. Pero en mi cabeza únicamente resonaba

"Ella llena de colores todos lados...
Ella es como un arco iris"

Y se me iban las horas. Y los días. Hasta que dejó de venir. Y ya no hubo color. Esperé durante un tiempo pero no volvió. Así que he vuelto a mi rutina, a mi vida sin cambios. O quizás sí haya alguno. Ahora en mi pequeño reproductor solo suenan ellos, será que la echo de menos.

                                                                                                   Publicado el 11 de noviemnbre de 2015

lunes, 6 de junio de 2016

Un asesino en serie

Un escalofrío recorrió mi espalda. De nuevo había pasado. Era el tercero que aparecía de semejante guisa, colgando desnudo, boca abajo y destripado. La visión era espeluznante. Y lo más triste era darme cuenta de que la policía había pasado de tenerme entre los sospechosos a tratarme como un demente. Los propios agentes ya no hacían caso ni a mis llamadas ni a las denuncias presentadas en la comisaría. Sus caras cuando les contaba los horrendos sucesos rayaban la incredulidad, el escepticismo, la burla... Ya no sabía qué hacer para que no me viesen como el culpable y que tomasen cartas en el asunto. ¿Es que a nadie le importaba que se sucediesen tan macabros hechos? ¿Acaso tendría que ser yo el tratase de aclararlo todo? Pues así será. No cejaré hasta dar con el culpable, y cuando me entere quién le está haciendo esto a mi colección de geyperman lo pagará bien caro. Y comenzaré con la única persona que en todo momento estuvo allí y que sé que es capaz de ello: mi mujer.

                                                                                                               Publicado el 7 de enero de 2016

jueves, 2 de junio de 2016

Un pintor y una modelo

—Hola, soy Cris. Me manda tu amigo Antonio— dijo ella con una sonrisa franca mientras le miraba desde el rellano
—Hola, claro. Sí, pasa pasa— contestó torpemente él —perdona el desorden pero últimamente no tengo tiempo para nada— a lo que ella contestó encogiéndose de hombros.

Entraron en una sala amplia, muy luminosa, de altas paredes de los que colgaban decenas de cuadros de todos los tamaños. Todo estaba desordenado. Varios caballetes diseminados por la habitación en los que había lienzos con pinturas al óleo a medio terminar. Diversas mesas de madera convenientemente colocadas y todas atestadas de botes de pintura, disolventes, frascos vacíos, otros llenos de pinceles. Un perchero enorme en una esquina con todo tipo de ropa colgando de él. Sillas pegadas a la pared. Y en el centro un sillón.

—Ya te contó Antonio en consiste el trabajo ¿no?
—Sí, algo me dijo de que eras pintor y necesitabas a alguien que posase. Porque ¿solo es eso? No hay nada más, espero.
—No, en absoluto— balbuceó el pintor. —Simplemente estoy haciendo una serie sobre desnudos femeninos y necesito modelos de los que copiar al natural— y miró al suelo completamente ruborizado. Era evidente que la chica le intimidaba. —Solo es eso, pero si en cualquier momento no te encuentras a gusto puedes irte. Y te pagaré por adelantado, aunque luego te vayas. No hay problema.

La chica dejó de mirar alrededor suyo y fijó su mirada en él. El pintor no sabía qué hacer, miraba a sus ojos, los desviaba, volvía a ellos. Realmente estaba claro que le intimidaba. Y ella se había percatado.

—Bien ¿cómo lo hacemos?— interpeló la mujer.
— ¿Co... como que cómo lo hacemos?— contestó nervioso el artista.
—¿Que qué quieres que haga? ¿Me desnudo y ya está? ¿Me tengo que poner de alguna forma? No sé... tú mandas.
—Sí, claro, es verdad. Pues si quieres desnúdate. Puedes dejar la ropa en una de esas sillas y siéntate aquí, en el centro, y ya veremos qué posición adoptas.

Ella se fue desvistiendo y colocando su ropa con cuidado cuando él le dijo:
—Si quieres déjate los pantalones. Creo que voy a hacer un primer estudio de cintura para arriba. Y mejor ponte en esta silla con el respaldo hacia adelante, por favor.

Ella se acercó a la silla que le había señalado tapándose pudorosamente los senos. La altanería inicial había desaparecido de sus ojos. Pintor y modelo se encontraban igual de cohibidos.
Se sentó como él había indicado. —¿Así te parece bien?— Apoyó su pecho en el respaldo de la silla, los brazos por encima del mismo y su cabeza en ellos. La estampa llamó la atención del pintor.
La observaba desde atrás. La melena rubia caía sobre su espalda de piel clara, y los pantalones vaqueros daban forma a una figura rotunda.
Cogió apresuradamente un cuaderno de grandes proporciones y unos carboncillos, su mente empezaba a trabajar y necesitaba plasmar en el papel cuanto veía. Su mano trabajaba rápidamente, parecía que en cualquier momento la inspiración se desvanecería y quería dejar constancia de todo cuanto se le ocurría.
El artista no la quitaba ojo, había algo distinto en ella, algo que despertaba su curiosidad. Pero eso no sabía ni podía plasmarlo. Dejó a un lado el cuaderno, no terminaba de expresar lo que ansiaba, y fue rápidamente a por un caballete que arrastró con estrépito. Ella se volvió con extrañeza, realmente era un tipo raro. E inmediatamente él casi gritó un "no te muevas" que sobresaltó a la muchacha y que solo sirvió para que ella se levantase y se encarase con él.
—A mí no me grites— le dijo en un modo contenido pero dejando todo claro.
El hombre agachó la cabeza al tiempo que se ruborizaba. Lo último que quería era que se enfadase. O, lo que era peor, que se marchase.
—Lo siento, lo siento. De verdad— masculló —es que esa postura era la que quería.

Ella lo miró a los ojos pero seguía con la cabeza agachada. No podía verle. Parecía avergonzado por su forma de hablarla y ella se dio cuenta.
—Bien, volveré a esa posición y trataré de no moverme. Pero no me asustes, por favor.
Él asintió con la cabeza y volvió al caballete hasta ponerle en el emplazamiento que quería. La situación pareció relajarse.

Cogió un lienzo en blanco y lo preparó adecuadamente. A continuación tomó los tubos de pintura que fue distribuyendo sobre una paleta. Todo lo hacía nerviosamente, parecía que se le escapaba el tiempo. Y todo ello sin quitar el ojo a aquella espalda, a aquella cabeza de medio lado, y a esa melena que tapaba unos ojos que sabía pendientes de todos sus movimientos.
Comenzó a esbozar, casi de forma violenta, trazos rápidos. Los ojos iban y venían de la modelo al lienzo y viceversa. Se movía impetuosamente. Sus ojos demostraban una excitación que parecía perdida, un resurgir de algo escondido en su interior y que pugnaba por salir. Pero cuanto más pintaba, más parecía que se le escapaba esa posibilidad. Hasta que estalló de ira y empujó lienzo y caballete al suelo.

La muchacha se sobresaltó y se puso en pie. El pintor se fue hacia un rincón totalmente desconsolado mientras se tapaba la cara con ambas manos y musitaba —Lo tengo delante y no soy capaz, no soy capaz— y siguió apoyado contra la pared.

La chica le miraba sin saber qué hacer. Finalmente se acercó a él y le puso la mano en el hombro. Al sentir su contacto ambos se sobresaltaron pero no se despegaron.
Al cabo de un tiempo ella le preguntó afectuosamente —¿Puedo ayudarte?
Y él se echó a reír —¿Más? ¿Puedes ayudarme más? Tengo delante cuanto he ansiado en todo este tiempo y tú me preguntas eso. Me lo has dado todo, en solo unos instantes, pero yo no soy capaz de sacar de mí lo que necesito. Eres la musa perfecta pero yo no soy el pintor idóneo. Te veo y sé que eres tú a quien deseo pintar, pero no poseo la capacidad para retratar lo que hay dentro de ti.

Ella se volvió hacia el caballete que estaba en el suelo y lo puso en pie. Después hizo lo mismo con el lienzo y lo colocó en su sitio. Se alejó unos pasos para poder admirar el cuadro. Mientras, él la miraba hacer. La veía de pie frente a la pintura, examinando curiosa, con los pechos al aire y los pulgares colgando de los bolsillos de su pantalón. Era hermosa. Pero había algo más en ella. Ya no era una jovencita pero tenía un atractivo innegable. Las ondas de su pelo rubio caían sobre su cara, haciendo que sus ojos quedasen parcialmente tapados. Realmente era preciosa.
Pero no era nada de eso. Su rostro, y sobre todo sus ojos transmitían calma. Y eso era lo que él veía, lo que trató de llevar al lienzo. Y no sabía cómo.

De pronto ella fue hacia él y le tendió la mano. Él se sintió confuso pero la tomó confiadamente.
—Ven, vamos a ver lo que falla— fueron al caballete y se pusieron a mirar el cuadro.
Así estuvieron largo rato. Y, mientras, las manos siguieron entrelazadas. Estaban a gusto. Ninguno de los dos sabía por qué pero se encontraban relajados. Parecía que se conocían desde hacía tiempo, y sin embargo solo llevaban juntos unas pocas horas.
Un rato después, la chica se dio cuenta que él no miraba al cuadro, sino que la estaba contemplando a ella. Y se ruborizó.
—¿Qué miras? Fíjate en el cuadro para caer en la cuenta de lo que está mal.
—El cuadro no está mal. Simplemente que es imposible plasmar lo que tú irradias.
Ella lo escudriñó en un intento por saber el alcance de sus palabras. Sus ojos estaban tan fijos en los de él que le obligó a bajar la mirada. No sabía cómo actuar con ese hombre. Y sin embargo tenía algo que le gustaba. Alargó el brazo hasta tocar su barbilla con la mano levantándole la cabeza. ¿Qué había tras esos ojos tan... tan... perdidos?

—Coge tus pinceles. Tienes trabajo— le dijo con una sonrisa vivificante mientras volvía a la silla y adoptaba la pose anterior; y añadió con vigor —Déjate llevar, tenemos todo el tiempo del mundo.
El artista la miraba embobado pero en sus ojos había una chispa distinta. Ese algo que antes intentó salir y que se diluyó con un ataque de ira volvía a hacer acto de presencia.

Agarró de nuevo sus pinceles, quitó el lienzo usado y puso uno nuevo. Observó el blanco de la tela como si fuera un muro que le separaba de su creación, pero ahora una sonrisa se iba dibujando en su cara. Volvió la vista a la modelo y ante sus ojos vio cuanto necesitaba. En ese momento comprendió lo que tenía que hacer.

                                                                                                      Publicado el 30 de diciembre de 2015

martes, 31 de mayo de 2016

Todo es más simple.

Tengo mal gusto para elegir mujeres. O mejor tendría que decir que tengo mal gusto para dejarme elegir por determinadas mujeres. Y así pasa, que siempre se portan mal conmigo. O directamente me dan por ahí. Y lo peor de todo es que no tengo fondo. Parece que lo busco ¿Será que me va ese rollo? En cualquier caso, parece que tengo un imán para atraer a la mujer equivocada a mi vida. Y con esta última ha sido igual. ¿No hubiese sido más fácil decir algo del tipo "cariño, sigue tu camino"? Pero claro, me habría salido en plan Bond, Cutre Bond, y ante semejante estupidez realmente hubiese seguido su camino porque para qué quedarse con tan inigualable memo. Y seguiremos buscando, y errando. Soy carne de cañón. Es lo que hay.
Quizás podría haberme puesto poético y decir algo así como:

Mil mujeres habitan en mí
y las mil claman por salir
Pero solo existe una que temí
que tratará de escabullir
todo cuanto podría llenar
un corazón sin profanar.
Y esa eres tú, Maripili
(con dos cojones)

—Claro, claro. Muy bonito el poema. Luego dirás que sales trasquilado ¿A quién vas a enamorar con esos versos de muchachuelo de secundaria?
—Vale, voz de la conciencia, podrías irte un poquito al guano o, al contrario, ayudarme a tratar de conseguir algo que merezca la pena.
—Perdona, pero yo no tengo la culpa de que seas un memo integral ¡Trata de pensar un poquito, hombre! No se trata de estar con alguien simplemente, buscamos que nos quieran ¡Que nos quieran!, que nos amen, que nos pretendan, que nos enamoren, que nos anhelen, que... ¿hace falta que siga?
— ¿Tú eres tonto, no? Pues si ya trato yo de...
— ¡Pues no lo suficiente...!
— ¡Pues dime tu...!
— Pero, alma de cántaro, no vayas de flor en flor tal cual abeja. Que más que abeja pareces abejorro. Tratemos de buscar, de separar el grano de la paja, de mirar "otros horizontes".
—Muy campestre te has levantado tu hoy ¿no crees?
—Vamos a ver. Lo que tenemos que hacer es poner el listón más alto, y no que la primera que pasa y te hace ojitos te pones a babear tal cual bebé antes de mamar.
—¡Efectivamente! Poner el listón más alto, cómo no se me había ocurrido. Teniendo en cuenta que llevamos seis meses sin estar con alguien, y ¡no te quiero decir sin mojar! Voy a poner el listón pero bien alto, en lo alto de tu crisma te lo partiría si pudiese. Pero qué voz de la conciencia tan tonta me ha tocado en suerte.
—Trata de escucharme, por favor. Seamos algo más selectivos. Y veamos más allá. Por ejemplo ¿no te has dado cuenta de que hay una que no para de mandarte señales de humo desde hace tiempo? Y trabajas con ella.
— ¿De quién hablas?
—Realmente aparte de un mendrugo eres ciego. Martina, la de administración.
— ¡Pero cómo se va a fijar esa muchacha en mí! Es guapa, inteligente... y me prepara un café de miedo todos los días... y me ayuda cuando estoy agobiado... y me llama a casa para ver si necesito algo... y me... ¿Tú crees que...?
—Lo que yo te diga, ciego y tonto ¡Ay Señor, llévame pronto!

                                                                                                     Publicado el 27 de septiembre de 2015

domingo, 29 de mayo de 2016

Mierda de vida

Me imaginaba igual que estaba hace un año. Con una pedazo de mujer al lado y un margarita en la mano. La brisa del mar dándome en la cara y el sonido de las olas acariciando mis oídos. ¿Y ahora? Aquí, tumbado en la cama. Mirando al techo. Haciendo dibujos en el gotelé que solo puedo ver yo. Formas imposibles, figuras indefinidas. Igual que resultaba mi vida. Todo muy abstracto ¿Podía llamarlo así? Por supuesto que sí. Si no lo entendía ni yo ¿Cómo podía haber llegado hasta este punto? ¿Cómo había cambiado tanto todo en solo un año?

Todavía recuerdo cuando al volver de vacaciones me pusieron el finiquito sobre la mesa. Es lo que hay, me dijeron. Y cuando se lo contaba a mi esposa, su cara de sorpresa primero y de incredulidad después. Mis esfuerzos por pedirle tiempo y paciencia para enmendar el asunto, Los suyos cuando me dijo seis meses después que había alguien más. Su jefe. Que le empezó a contar mis problemas y una cosa llevó a la otra... Coño, y si le cuenta los suyos ruedan una película porno. Hija de...

Mis recuerdos cuando le di las gracias por "su paciencia y su tiempo". Su gran corazón cuando me dijo que, por favor, me quedase con la casa y el coche. Y, por supuesto, con la hipoteca y el préstamo que iban con ellos. Y ¡¿cómo los voy a pagar?! Qué hija de...

Y ahora aquí estoy. Solo, en el paro, con dos préstamos. Y comiéndome los pocos ahorros que me quedan. —Puedes vender la casa y sacar un dinerito— me dijo cuando hacía la maleta. Con esta puñetera crisis y quieres que venda así como así un piso de 200.000 euros. Qué gran hija de... Y qué mierda de vida.

Y en esas me hallaba cuando sonó el timbre de la puerta. Una y otra vez. Y yo pasaba de él. Y siguió sonando. Y yo seguí pasando. Hasta que la insistencia fue tal que tuve que levantarme para abrir la puñetera puerta, mientras pensaba que como fuesen los Testigos de Jehová los gritos los iba a escuchar hasta su Jefe. Pero no.

Cuando abrí la puerta allí estaba ella. Me soltó un hola con mala leche al tiempo que añadía algo así como que era la vecina de abajo y que había subido porque una gotera amenazaba su nuevo piso. Es verdad, el piso de abajo que estaba deshabitado desde hacía tiempo. Y ahora estás tú. Y qué tú.
Ella siguió hablando y yo solo podía mirarla embobado. Hasta que me sacó de mi abstracción con un: —¡¿Pero me estás escuchando?!
—Sí, sí, perdona. Es que me acabo de despertar de la siesta y...
— ¿La siesta? ¿A las ocho de la tarde? Tú mismo.
—Sí, bueno... soy así... Entonces ¿una gotera? Si quieres lo vemos y llamo al seguro y tal.
—Hombre, algo tendremos que hacer.
Algo haríamos, pensé para mis adentros; si tú quisieras, claro. Pero no querrás.

Bajamos a su piso y me enseñó la gotera. Le dije que no habría ningún problema, que daría aviso inmediatamente para que pasasen a arreglarlo y me dispuse a salir de allí lo antes posible para no cabrearla más. Y cuando ya estaba en la puerta de entrada me dijo suavizando el tono:
—Creo que hemos empezado con mal pie. Si te parece volvemos al principio. Mi nombre es Ángela.
Sonreí ante su ofrecimiento de la pipa de la paz, me presenté en condiciones y le pedí disculpas de nuevo. Y ante mi propio asombro, me ofrecí a invitarla a un café como compensación y para sellar nuestra nueva amistad vecinal. Y ella, más asombrosamente y con una franca sonrisa, dijo sí. Joder, que dijo sí. E inmediatamente pensé en cómo te puede cambiar la vida una gotera.

                                                                                                       Publicado el 5 de septiembre de 2015

viernes, 27 de mayo de 2016

Una extraña enfermedad

—Muy bien Ángela, haga pasar al siguiente.
—Enseguida, doctor.
El doctor Osvaldo, psiquiatra, llevaba ejerciendo la medicina desde hacía mucho años. Demasiados. Había tratado infinidad de casos francamente duros de abordar y a los que tuvo que poner toda su sabiduría para sacarlos adelante. Y ya estaba cansado. Era un trabajo arduo y él ya no tenía los recursos suficientes para dejar de lado los problemas de sus pacientes, para que no le afectasen. Pero ese día fue demasiado.

La enfermera hizo pasar al paciente. Su cara era un poema: triste, ojeroso, decaído... un enfermo en toda regla.
El médico se levantó para saludarlo.
—Buenos días, pase y tome asiento, por favor. Trae usted mala cara. Cuénteme qué le sucede.
El hombre se frotaba las manos compulsivamente mientras paseaba sus ojos de tristeza infinita por todos los lados sin saber cómo encarar el asunto. Las palabras parecían no querer salir de su garganta.
El doctor ante la situación hizo por acercarse a él.
—Dígame, cómo puedo ayudarle. Deme algún dato por el que poder orientarme. Es verdad que le veo pálido, con ojeras...
El hombre no contestó, se limitó a coger aire profundamente y suspirar con tal fuerza que pareció que la vida se escapaba por su boca.
El médico le miraba atentamente tratando de encarar lo que tenía delante. Mientras, el hombre seguía en ese estado apático.
—Vamos a ver ¿le duele algo?
Por fin, el paciente le miró con unos ojos sin vida y le dijo quedo:
—Me duele el alma.
—Bueno — exclamó el doctor— por lo menos ya tenemos por dónde empezar. Ahora tratemos de ver el origen ¿Le han diagnosticado algún tipo de dolencia física grave?
—No, físicamente me encuentro bien. Cansado sí, duermo bastante mal.
—Le cuesta dormir, pero ¿por una simple falta de sueño o existe alguna preocupación que se lo impide?
—Sí, últimamente algo me ronda la cabeza. No me había pasado nunca porque nunca había necesitado nada, ni a nadie. Era feliz solo, con mis cosas. Pero ahora...— y el hombre calló.
—Así que ahora hay algo que le ha trastocado la vida.
—Sí, doctor. Me ha puesto el mundo del revés.
—Por favor, continúe ¿qué ha sido?
Al paciente de pronto se le iluminó la cara, miró a los ojos del médico y le dijo
—Tendría que verla. El día que la conocí estaba con un amigo que me la presentó —¿Qué te parece mi nueva churri, tío?— me dijo. Y me quedé prendado. Atractiva, con unos grandes ojos... simplemente maravillosa. Y americana.
—Vaya vaya, una americana. Así que ella es la culpable de su malestar. Bueno, al menos ya sabemos cuál es su enfermedad, sufre de cupidosis.
—¿Cómo? Pero ¿eso es grave?
El médico se echó a reír y le contestó
—Es algo que afecta a casi todo el mundo, y la gravedad de la enfermedad es la que usted crea que tiene.
El hombre miraba al médico con cara de no entender absolutamente nada.
—Me explico, quiero decir que Cupido le ha tirado la flecha del amor y le ha dado bien de lleno. Que está usted enamorado, alma de cántaro.
El hombre bajó los ojos sonrojándose y le dijo
—Es que tendría que verla. Qué estilo, qué curvas, qué carácter... y cuando la luz del sol se refleja en sus cromados es...
— ¡¿Cómo?!— saltó el médico como un resorte. —Pero ¡¿de qué me está hablando?!
El paciente se quedó sorprendido ante la reacción del médico
—Pues... de una moto, doctor; pero no de cualquier moto, una Harley ¡Y qué Harley!
En ese momento el médico estalló
—Salga ahora mismo de mi consulta ¡merluzo!
—Pero doctor, es que yo la quiero, no puedo vivir sin ella... sin su pop-pop...
El psiquiatra lo miró y cayó en la cuenta de lo que tenía que hacer: jubilarse ya mismo.

jueves, 26 de mayo de 2016

Un adiós.

La penumbra, el olor a cerrado, la atmósfera casi opresiva y el fuerte olor a alcohol. Todo ello definía perfectamente el ambiente de la habitación. Los ojos perdidos en el infinito y el vaso en la mano. Un trago. Otro más. Pero pese a tener nublada la razón su pensamiento estaba en el mismo sitio. Cuando ella le dijo adiós. Cuando mirándole a los ojos añadió un "simplemente, no puedo más". Que tenía que irse. Y él sin saber qué hacer, ni qué decir.

— ¿Y qué hago yo ahora?—la preguntó—Toda mi vida dedicada a ti. A nosotros. No puedes decirme que te vas. No lo permito.
—No se trata de lo que tú quieres. Esto se ha acabado. No tengo fuerzas para seguir luchando por los dos—dijo con aire cansado.
—No, no puedes. Trataré de hacer más por ti, de luchar más, de...—profirió entre sollozos.
Ella lo miró con ternura. Siempre había sido un hombre apocado, cariñoso y atento, pero inseguro, y tendría que salir adelante solo. No podía dejarlo así, pero la suerte estaba echada.
Cogió su mano mientras le sonreía. Un último acto de amor antes de la despedida. Y él respondió tomándosela con vigor, con veneración ante su esfuerzo. Y se hizo un gran silencio.
Y pasó el tiempo. Quién sabe si minutos, horas... Pero no podía dejarla escapar. Y siguió aferrado a ella. A todo lo que representaba, a toda una vida juntos.

La mano del médico sobre su hombro le trajo a la realidad. —Abuelo, se ha ido— le dijo con afecto y sabiendo que no era eso lo que él quería oír.
El anciano abrió sus desolados ojos, besó tiernamente las manos de su esposa y le musitó un débil adiós. Adiós.


La penumbra, el olor a cerrado, la atmósfera casi opresiva y el fuerte olor a alcohol. Todo ello definía perfectamente su vida sin ella. Un trago y otro más. Pero no puede olvidar que ella ya no está.

                                                                                                            Publicado el 29 de agosto de 2015

martes, 24 de mayo de 2016

Naufragio emocional con final feliz

Solo veía las puntas de mis zapatos. Avanzando. Un dos, un dos... Aparecen y desaparecen ante mis ojos a una velocidad notable. Ni me doy cuenta de lo que pasa a mi alrededor. Solo de vez en cuando intuyo otros zapatos que pasan junto a mí. Pero no quiero levantar la mirada. En realidad no puedo. El corazón se me sale del pecho y la cabeza está a punto de explotar. Pero no es solo por la rapidez con la que voy. Todavía tengo grabada su expresión en mi cerebro, sus ojos de sorpresa ante mi confesión. Su voz balbuceante, sin saber realmente cómo decirme que no.
—Bueno, sí... la verdad es que eres muy majo, y me caes bien y eso, pero...".
Ni la dejé acabar, únicamente acerté a pedir unas torpes disculpas, busqué la puerta más cercana y solo me habría faltado echar a correr para hacer más ridícula mi huida.
Seguí andando hacia ningún sitio. Mirando las puntas de mis zapatos. Embobado. Apareciendo y desapareciendo. Un dos, un dos. Yo también quería desaparecer, pero sus ojos me perseguían, esos ojos que me decían a las claras — ¡¿pero qué me estás contando?!—. Y yo solo quería volatilizarme.

Empecé a notar cierta humedad en mi cabeza. Una gota, dos... Parece que quiere llover. Tres, cuatro... No parece, va a llover. Cinco, seis... Claro, es lo que me falta.
Y rompió. Y al mismo momento las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas, pero nadie se daba cuenta. O quizás es que a nadie le importaba. Y cuanto más llovía mejor me sentía porque más podía dejar brotar mis lágrimas. La propia lluvia las disimulaba. Pero no solo era eso, parecía que cada gota arrastraba un poco de mi sufrimiento, de mi dolor. Como si la propia lluvia se apiadase de mí y me diese un consuelo que no podría encontrar en otra parte. Y el peso sobre mis hombros se fue suavizando.
Ya no andaba a marchas forzadas. La velocidad iba disminuyendo, como si una mano me agarrase afectuosamente obligando a mi cuerpo a moderar su celeridad. Y la lluvia seguía cayendo. Me dejaba llevar por la inercia mientras notaba el agua caer por mi cara y mi cuello, metiéndose por dentro de la camisa y resbalar por mi espalda. Me estaba empapando como un imbécil.

Por fin levanté la cabeza y me di cuenta de la que estaba cayendo. Y yo allí, en mitad del parque, absolutamente solo. Apenas se veía algún paraguas con patas en la distancia que casi corría para guarecerse de esta tormenta de verano. Y yo también eché a correr. Ahora sí, pero para qué. Si ya estaba absolutamente empapado. No paré hasta encontrar la marquesina de la parada del autobús. Y allí me quedé un rato, contemplando como jarreaba mientras dejaba mi mente en blanco. No quería más. Hasta que sonó su voz.

Tan absorto estaba en mi mundo que no había reparado en que bajo la marquesina había alguien más. Me giré y solo pude musitar
— ¿me hablas a mí?—. 
—Sí, claro— dijo con un poquito de sorna.
Pero si estábamos completamente solos. Realmente quién coño iba a estar allí si llovía a mares.
Le volví a preguntar sobre lo que me decía y no había oído.
—Que te has mojado un poco ¿no?
Miré mi ropa y la verdad es que no podía absorber más agua.
Le contesté con un sí entre dientes y una media sonrisa de lo más estúpida.
Pero ella no se encontraba mucho mejor que yo. También la debía de haber sorprendido la lluvia porque su camiseta se encontraba empapada y pese a tener los brazos cruzados sobre el pecho, dejaba entrever sus formas. Y mis ojos buscaban mil sitios donde refugiarse pero volvían al mismo lugar una y otra vez. El pelo ensopado que caía sobre su cara escondía a medias unos ojos que me escudriñaban a medio camino entre curiosos y divertidos. Y yo con cara de nabo mirando al frente.

Al final, giró la cabeza en un intento de verme la cara y me dijo al tiempo que me tendía la mano
—Soy Carla—. Respondí a su saludo dándole la mía y un simple hola y volví a mi posición neutra de vista al tendido, lo que provocó en ella una sonora carcajada. Y ahí me desarmé. La miré como un cordero a punto de ser degollado y creo, sinceramente, que en ese instante, ella supo más de mí que yo mismo, devolviéndome una de las miradas más comprensivas y afectuosas que yo jamás había visto. Y pude sonreír de nuevo.

                                                                                                              Publicado el 9 de agosto de 2015

lunes, 23 de mayo de 2016

Una guitarra en la noche

Fueron horas de intenso bombardeo, de silbidos provenientes del cielo anunciando la caída de un nuevo proyectil, de estruendo, de cientos de hombres gritando por salvar su vida, otros tantos aullando por la metralla recibida o agonizando esperando una muerte no deseada. Horas interminables. Y tras él y sin tregua el nuevo ataque de la infantería enemiga. Vinieron ocupando los cráteres dejados por las bombas hasta casi estar frente a nosotros. Ya los sentíamos, no los veíamos, pero estaban ahí. Era el tercer asalto que intentaban en dos días y nuevamente nuestras ametralladoras barrían sus posiciones de un lado a otro. Y parecía que los habíamos parado.
Lentamente el sonido de las balas y de los proyectiles de mortero fue decayendo en ambos sentidos. La calma volvía al campo de batalla dando paso al pavoroso momento que demostraba otro tiempo perdido en el que nuevamente nadie había ganado nada. Solo se habían perdido vidas humanas. Vidas sin valor para generales que jugaban a la guerra desde una posición segura en la retaguardia.

Al caer la noche la calma se hizo más evidente. Apenas se oían ruidos. Los soldados de ambos bandos hablábamos en voz baja, tratando de relajarnos; fumando nuestros cigarros y pipas con cuidado, escondiendo el rescoldo para no dar aviso a los de enfrente de la posición; y los más intentando dormir antes de que los silbatos de los oficiales nos empujasen trinchera arriba hacia una muerte a la que mirábamos cada día a los ojos.

De forma casi imperceptible un ligero son fue haciéndose sitio en la noche. Una guitarra intentaba emerger desde las entrañas de la tierra, desde la profundidad de una trinchera. Un joven recluta pulsaba las cuerdas del instrumento con mesura, casi con cariño, como si tuviese entre sus brazos a aquella muchachita que se despidió de él con un beso en la mejilla cuando marchó al frente. Aquella que prometió esperarlo hasta su vuelta. Y así sonaba la guitarra, con amor. Y el muchacho siguió tañendo y su sonido atravesaba lentamente la oscuridad.

Los pocos murmullos que trascendían callaron ante la música. Era difícil escuchar algo así en aquel infierno. Y era tan primorosamente ejecutada que nuestros corazones, endurecidos por meses y meses de guerra fueron aflojándose, dejándonos llevar por la melodía y permitiendo a nuestras cabezas evadirse momentáneamente del campo de batalla, viajar a nuestra memoria y evocar con cariño y deleite otros lugares donde la felicidad estaba asegurada, allí donde sabíamos que todo era mejor. Infinitamente mejor.
Durante aquellos momentos todo se detuvo. Y la guitarra siguió oyéndose, hasta que tal y como apareció fue apagándose en la noche, dejando tras de sí una calma reconfortante en todos nosotros.

Al amanecer fuimos saludados con una nueva lluvia de obuses. Otra vez los hombres luchamos simplemente por no sucumbir a las bombas o acabar enterrados bajo los cientos de toneladas de arena que éstas levantaban con una facilidad pasmosa. Y tras horas de fuego graneado de nuevo a tratar de parar las acometidas de los infantes que trataban de hacerse con nuestra posición. Al final del día otro empate técnico regado con la sangre de cientos de hombres.

Cuando entró la noche, cual fantasma, la guitarra volvió a hacer su aparición rompiendo el silencio tenuemente. Las notas parecían brotar de la tierra diseminándose por todo aquel siniestro lugar como quien siembra una nota de color o un rayo de esperanza. Y durante ese tiempo todo lo que nos rodeaba a los miserables que allí nos encontrábamos quedó lejano.

Aquel hecho siguió repitiéndose noche tras noche y cuando se acercaba la hora todos los presentes callábamos y abríamos los oídos tratando de no perdernos ni una sola nota. Así un día tras otro. Hasta que dejó de oírse. Todos nos preguntamos dónde estaba el músico que tocaba aquel instrumento y que había faltado a su cita. La respuesta no se hizo esperar. El joven, un recluta, había muerto a causa de los bombardeos de la mañana, y a algunos metros de él encontraron su instrumento hecho añicos. No sabíamos su nombre pero todos le echaríamos de menos. Y más que nadie aquella muchachita que prometió esperar su vuelta.

Al día siguiente todo siguió su curso. La espantosa realidad. Más bombas, más muerte y más desolación. Nada había cambiado. ¿Cuándo acabaría todo aquello?

                                                                                                                                   Primavera, 1917

Basado en La Guitarra Del Joven Soldado de Silvio Rodríguez.

                                                                                                           Publicado el 19 de febrero de 2016

domingo, 22 de mayo de 2016

Qué angustia

Me encantaba cuando le veía correr por el pasillo. Parecía que la casa no tenía ya ni un solo centímetro que no hubiese estudiado, revuelto, hurgado, toqueteado, o que directamente no hubiese puesto patas arriba ¡Qué cosas! Con lo terriblemente ordenado que era yo para todo y este enano era capaz de perturbar mi mundo físico a la velocidad de la luz. Así que no digamos el mental. Una locura.

Por todo ello, cuando desperté de la siesta, me di cuenta de que algo no marchaba. No oía nada. Ni niño, ni los dibujos en la televisión del niño, ni los juguetes del niño accionados por él mismo... Nada. Me levanté como un resorte llevado por un mal presentimiento, pero no quise que nadie se alterase ni que me pudieran ver alterado. Salí al pasillo y fui pasando de habitación en habitación. Por ningún lado conseguía encontrarlo. -Jodío niño- dije para mis adentros mientras los nervios luchaban por aflorar. Tentado estaba ya de pegar una voz cuando lo vi. Sentado en el suelo, con la cabeza pegada al mirador, oteando el horizonte sin realmente fijar sus ojos en nada. Ponía morritos como besando el cristal y luego separaba los labios, así una y otra vez.

Me acerqué lentamente haciéndome notar pues no quería sobresaltarlo, pero parecía hipnotizado. Llegué a su altura y me senté junto a él. Miré por el ventanal para saber que podía haber que le hiciese estar tan ensimismado. El parque de enfrente no tenía nada de especial. De hecho, por las horas que eran no podía haber ningún ser vivo pues el sol de julio caía con todas las de la ley. Aun así continué buscando aquello que pudiese tenerlo en tal situación pero mis esfuerzos fueron en vano.
Comencé a pensar si el muchacho había hecho alguna trastada gorda que no sabía cómo afrontar. El silencio entre los dos casi podía cortarse con un cuchillo. Y yo no tenía ni idea de qué hacer al respecto. Así que ahí me quedé, junto a él, mirando a través del cristal hacia ese punto que realmente no veía y pensando en algo que desconocía. ¡Qué papelón el mío! y ¿Qué hago?

Finalmente el más adulto de los dos rompió el silencio
—Papá ¿cuándo tú y mamá os conocisteis qué hizo ella?.
Realmente no esperaba esa pregunta y empecé casi a balbucear. En verdad el adulto era él.
—Quiero decir que si mamá te cogió de la mano, te llevó aparte y te dijo que ya erais novios o algo así.
Mi mente buscaba respuestas, pero qué decirle a un niño de ocho años. Jolines, que antes de la siesta había dejado a mi hijo jugando con sus amigos en la piscina y ahora me encontraba con un dramón. ¡¿Qué había pasado?!

El muchacho seguía con la cabeza apoyada en el cristal, poniendo morritos y mirando al infinito. Así que traté de ponerme en situación y buscar una salida al asunto.
— ¿Por qué me lo preguntas, hijo?
El niño respiró profundamente y me espetó:
—Es que Marta me ha dicho que ahora somos novios y que tendremos que hacer la vida juntos— y a continuación añadió casi con desesperación —y yo no sé si quiero.
Mi mente entró en colapso al tiempo que el niño continuaba con su cuasi monólogo.
—Y, ¿entonces, ella se vendrá a vivir aquí...? y ¿Quién va a hacer la comida? Porque yo no sé... y ¿Voy a tener que buscar trabajo?... A lo mejor encuentro algo en una juguetería, se me dan bien los juguetes...
Y ahí dije basta. Quién se habrá creído esa niña para hacerle el patrón a mi hijo. Será mema. Y traté de dejar las cosas claras al chaval.
—Vamos a ver, hijo. —Tratando de hacerle comprender— En primer lugar ¿no crees que tú y Marta váis muy deprisa? Que sois muy jóvenes, y lo primero es el cole, no el trabajar; y ahora tenéis que disfrutar del verano y las vacaciones y todo eso; y no preocuparos por quién vive dónde, ni quién cocina ni el qué, ni nada, ¿no? Yo lo haría así y así deberías decírselo a ella.
El silencio se apoderó de los dos. Y yo no sabía qué hacer para sacarlo de su angustia. Así que dejé que ese incómodo mutismo se apropiara de todo. Lo prefería antes que decir alguna estupidez de la que sabía que no iba a poder salir.
Tras unos pocos minutos, el muchacho se volvió hacia mí, resopló, y dijo con cara de fastidio
—Sí papá. Tienes razón. Pero el que tiene que pasar el verano con ella soy yo.
Definitivamente, el adulto era él.

                                                                                                               Publicado el 24 de julio de 2015