domingo, 26 de junio de 2016

Una necesidad

«Tengo una necesidad. Como el bolero, vaya» pensó mientras la miraba fijamente. Y siguió, «pero una necesidad necesaria». Y sus ojos no se apartaban de ella ni un momento. Cualquiera que viese la escena creería encontrarse ante un enfermo ante tal fijación. Casi era una violación en toda regla, pero el tipo no se cortaba. En cualquier momento se abalanzaría sobre ella y entonces tendría un problema y serio. Pero allí seguía, debatiéndose entre dejarse llevar por sus instintos más bajos o levantar la vista y seguir su camino. Mierda de ciudad, él dando vueltas por toda Amsterdam tratando de evitar aquellos escaparates infernales para al final caer en la tentación. Finalmente no se lo pensó más veces y se adentró en el local. Un rato más tarde salía con la necesidad cubierta pero atormentado por un sentimiento absoluto de culpabilidad. Porque ahora si que tenía un problema, y muy serio. A ver cómo le contaba a su nutricionista que aquellos grandes pancakes, con su irresistible color dorado y su azúcar glas por encima, le atraparon totalmente. Pero era una necesidad. Y necesaria.

martes, 14 de junio de 2016

La playa

Se había quedado prácticamente solo en la playa. Sentado en la orilla, viendo como las olas iban y venían rompiendo suavemente sobre sus pies. Aunque el sol se había puesto, las últimas luces del día luchaban por no desaparecer. Una agradable brisa marina le hacía encontrarse a gusto después del calor del día. No pensaba en nada, simplemente se dejaba llevar por el momento, por las sensaciones que le transmitían el tacto de la arena, el roce del agua y el aire en la cara. Pero lentamente una imagen fue apareciendo en su mente. Otro instante ya lejano, un recuerdo grato, similar al que vivía en ese momento, pero con alguien entre los brazos. En aquel entonces el sentimiento era mucho mayor, pleno de matices; sensaciones tan diversas y todas a un tiempo difíciles de describir. Y sin ganas de hacerlo, solo de sentir. Porque el tiempo pasa y con él la experiencia vivida, y como tal no hay que dejarla escapar.

Cuarenta años de aquello y parece que fue ayer mismo. La misma postura, sus brazos rodeando el cuerpo de él, el pecho en su espalda, el olor de su nuca, la arena, el mar y la brisa. Todo igual. Pero no, nunca será igual. Siempre faltará el. Podría haberle dicho que se quedara, que quería saber lo que podría venir después, si habría algo más, mucho más, o si simplemente algo sencillo entre dos con ganas de vivir. Pero le dejó marchar. Y allí estaba, recordando y llorando la ocasión perdida.

La noche había impuesto su oscuridad solo rota por la tenue iluminación del alumbrado proveniente del paseo. Aquellos recuerdos se agolpaban en su memoria. Aunque ahora el sabor era agridulce. Eran otros tiempos, y aquella conducta despreciable. Pero solo era algo hermoso entre dos personas que se amaban. Y pudieron más las consecuencias que lo que había entre ellos.

Aquella noche de hace cuarenta años se miraron a los ojos sabiendo que era la última vez. Sabiendo que tendrían que olvidar todo aquello; pero allí estaba él recordando y llorando la ocasión perdida de haber sido feliz.

viernes, 10 de junio de 2016

Querido marido

Querido marido:

Solo unas pocas palabras para decirte que me voy. Que todo cansa y todo tiene un fin. Que te he querido, y te lo he demostrado a lo largo de estos interminables años de hastío, de aburrimiento, casi de indiferencia del uno por el otro. Pero te he querido. Y no, no eres tú el único culpable. No puedo hacerte responsable solo a ti ya que yo decidí estar contigo. Pero no puedo más. Me ahogo, y necesito volar. Y no, tampoco creas que hay alguien más. No te cambio por otro. Pero es que tú me aburres, me cansas, me tienes harta… Vamos que ya no te aguanto; que eres insoportable; triste, muy triste; y, sí, tonto pero muy tonto. Pero yo te he querido, soy así.
En fin, cariño, que ahí te quedas.

Tu esposa, la que casi te odia, pero con cariño.

miércoles, 8 de junio de 2016

She's a Rainbow

Siempre me siento en el mismo banco del parque. Está lo suficientemente alejado para no oír el ruido de los coches que pasan cerca de él pero tampoco excesivamente aislado como para sentir una soledad agobiante. Me gusta leer allí. Y si el día es soleado me puedo pasar las horas muertas. Muchas veces dejo el libro y me entretengo en meditar. Hay tantas cosas en el mundo a las que no echamos ni siquiera una ojeada y que bien merecen una reflexión. O directamente escucho música, mis adorados Rolling Stones. En cualquier caso es tonificante.

Uno de los aspectos interesantes del lugar es que generalmente estoy solo. Algún paseante, alguna parejita atontolinada o algún corredor pueden transitar por este lado del parque pero generalmente me encuentro solo. Y me gusta. Porque, sinceramente, lo que no me gusta es la gente. Llamadme raro pero soy así. A estas alturas de mi vida ya no va a venir nadie a cambiar nada. O eso crees. Porque ahora sigo con mi rutina. Pero durante un tiempo no fue así. Alguien vino a trastocar mi sencillo día a día.

Todo cambió aquella mañana que llegó ella. Precisamente en mis cascos sonaba She's a Rainbow, con aquel piano que anticipa un pop luminoso y colorido. Y apareció ante mis ojos.

"Ella llena de colores todos lados
Ella peina su cabello
Ella es como un arco iris
Llegan colores en el aire
Oh! por todas partes
Ella llega en colores..."

Casi que la música que sonaba en mis oídos parecía la banda sonora de ese momento. Caminaba con paso tranquilo, como si el tiempo no importara. Se sentó en un banco frente al mío. Y junto a ella un enorme perro que se tumbó a su lado. El sol incidía directamente sobre ella. El otoño iba entrando pero aún hacia cierto calor. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos, y se dejó llevar por su calidez. Y así pasó un rato hasta que sacó de su bolso un pequeño reproductor del que comenzó a sonar música. ¿Los Beatles? Sí, eran ellos. Baby, It's You. Preciosa canción.

"No es la manera que sonríes lo que conmueve mi corazón
(sha la la la la)
No es la manera en que besas lo que me deshace..."

Preciosa canción, sin duda. Y curioso. Yo escucho a los Rolling Stones y ella a los Beatles. Quizás debería decirla algo. Acercarme y alabar su gusto musical. No sé, algo. Parece una chica interesante. Pero ¿y el perro? Deja deja, no sea que el animalito me pegue un susto. Y sin embargo ella es..., vaya, no sé. Pero dejé pasar la mañana. Y obviamente se fue.

Al día siguiente volví a mi banco y me enfrasqué en la lectura de mi libro. Al rato me sorprendí a mí mismo mirando el banco donde mi desconocida se sentó el día anterior. Sinceramente no esperaba mi reacción, como tampoco esperaba volver a verla. Pensé que solo había sido algo anecdótico. Pero no. Sí que volvió. Hizo su aparición por el fondo del camino, con su andar pausado, llenando a su paso todo de color. Y sin perro. Y yo sin poder dejar de mirarla durante todo el trayecto que la llevó hasta el banco donde se había sentado la mañana anterior. Y repitió los mismos gestos. Se recostó dejando que el sol bañase su cara y un rato más tarde volvió a sacar el aparatito de música y volvieron a sonar los Beatles. Entretanto, yo me parapetaba tras mi libro sin poder quitarla ojo. Pero nada más.
Y así evidentemente volvió a transcurrir la mañana y terminó por irse.

Se sucedieron los días y siempre aparecía por el fondo del camino, cumpliendo con su ritual y llenando de color el momento. Y mientras yo fui incapaz de decirla ni la más mínima palabra. Solo la miraba, tumbada al sol, escuchando su música. Pero en mi cabeza únicamente resonaba

"Ella llena de colores todos lados...
Ella es como un arco iris"

Y se me iban las horas. Y los días. Hasta que dejó de venir. Y ya no hubo color. Esperé durante un tiempo pero no volvió. Así que he vuelto a mi rutina, a mi vida sin cambios. O quizás sí haya alguno. Ahora en mi pequeño reproductor solo suenan ellos, será que la echo de menos.

                                                                                                   Publicado el 11 de noviemnbre de 2015

lunes, 6 de junio de 2016

Un asesino en serie

Un escalofrío recorrió mi espalda. De nuevo había pasado. Era el tercero que aparecía de semejante guisa, colgando desnudo, boca abajo y destripado. La visión era espeluznante. Y lo más triste era darme cuenta de que la policía había pasado de tenerme entre los sospechosos a tratarme como un demente. Los propios agentes ya no hacían caso ni a mis llamadas ni a las denuncias presentadas en la comisaría. Sus caras cuando les contaba los horrendos sucesos rayaban la incredulidad, el escepticismo, la burla... Ya no sabía qué hacer para que no me viesen como el culpable y que tomasen cartas en el asunto. ¿Es que a nadie le importaba que se sucediesen tan macabros hechos? ¿Acaso tendría que ser yo el tratase de aclararlo todo? Pues así será. No cejaré hasta dar con el culpable, y cuando me entere quién le está haciendo esto a mi colección de geyperman lo pagará bien caro. Y comenzaré con la única persona que en todo momento estuvo allí y que sé que es capaz de ello: mi mujer.

                                                                                                               Publicado el 7 de enero de 2016

jueves, 2 de junio de 2016

Un pintor y una modelo

—Hola, soy Cris. Me manda tu amigo Antonio— dijo ella con una sonrisa franca mientras le miraba desde el rellano
—Hola, claro. Sí, pasa pasa— contestó torpemente él —perdona el desorden pero últimamente no tengo tiempo para nada— a lo que ella contestó encogiéndose de hombros.

Entraron en una sala amplia, muy luminosa, de altas paredes de los que colgaban decenas de cuadros de todos los tamaños. Todo estaba desordenado. Varios caballetes diseminados por la habitación en los que había lienzos con pinturas al óleo a medio terminar. Diversas mesas de madera convenientemente colocadas y todas atestadas de botes de pintura, disolventes, frascos vacíos, otros llenos de pinceles. Un perchero enorme en una esquina con todo tipo de ropa colgando de él. Sillas pegadas a la pared. Y en el centro un sillón.

—Ya te contó Antonio en consiste el trabajo ¿no?
—Sí, algo me dijo de que eras pintor y necesitabas a alguien que posase. Porque ¿solo es eso? No hay nada más, espero.
—No, en absoluto— balbuceó el pintor. —Simplemente estoy haciendo una serie sobre desnudos femeninos y necesito modelos de los que copiar al natural— y miró al suelo completamente ruborizado. Era evidente que la chica le intimidaba. —Solo es eso, pero si en cualquier momento no te encuentras a gusto puedes irte. Y te pagaré por adelantado, aunque luego te vayas. No hay problema.

La chica dejó de mirar alrededor suyo y fijó su mirada en él. El pintor no sabía qué hacer, miraba a sus ojos, los desviaba, volvía a ellos. Realmente estaba claro que le intimidaba. Y ella se había percatado.

—Bien ¿cómo lo hacemos?— interpeló la mujer.
— ¿Co... como que cómo lo hacemos?— contestó nervioso el artista.
—¿Que qué quieres que haga? ¿Me desnudo y ya está? ¿Me tengo que poner de alguna forma? No sé... tú mandas.
—Sí, claro, es verdad. Pues si quieres desnúdate. Puedes dejar la ropa en una de esas sillas y siéntate aquí, en el centro, y ya veremos qué posición adoptas.

Ella se fue desvistiendo y colocando su ropa con cuidado cuando él le dijo:
—Si quieres déjate los pantalones. Creo que voy a hacer un primer estudio de cintura para arriba. Y mejor ponte en esta silla con el respaldo hacia adelante, por favor.

Ella se acercó a la silla que le había señalado tapándose pudorosamente los senos. La altanería inicial había desaparecido de sus ojos. Pintor y modelo se encontraban igual de cohibidos.
Se sentó como él había indicado. —¿Así te parece bien?— Apoyó su pecho en el respaldo de la silla, los brazos por encima del mismo y su cabeza en ellos. La estampa llamó la atención del pintor.
La observaba desde atrás. La melena rubia caía sobre su espalda de piel clara, y los pantalones vaqueros daban forma a una figura rotunda.
Cogió apresuradamente un cuaderno de grandes proporciones y unos carboncillos, su mente empezaba a trabajar y necesitaba plasmar en el papel cuanto veía. Su mano trabajaba rápidamente, parecía que en cualquier momento la inspiración se desvanecería y quería dejar constancia de todo cuanto se le ocurría.
El artista no la quitaba ojo, había algo distinto en ella, algo que despertaba su curiosidad. Pero eso no sabía ni podía plasmarlo. Dejó a un lado el cuaderno, no terminaba de expresar lo que ansiaba, y fue rápidamente a por un caballete que arrastró con estrépito. Ella se volvió con extrañeza, realmente era un tipo raro. E inmediatamente él casi gritó un "no te muevas" que sobresaltó a la muchacha y que solo sirvió para que ella se levantase y se encarase con él.
—A mí no me grites— le dijo en un modo contenido pero dejando todo claro.
El hombre agachó la cabeza al tiempo que se ruborizaba. Lo último que quería era que se enfadase. O, lo que era peor, que se marchase.
—Lo siento, lo siento. De verdad— masculló —es que esa postura era la que quería.

Ella lo miró a los ojos pero seguía con la cabeza agachada. No podía verle. Parecía avergonzado por su forma de hablarla y ella se dio cuenta.
—Bien, volveré a esa posición y trataré de no moverme. Pero no me asustes, por favor.
Él asintió con la cabeza y volvió al caballete hasta ponerle en el emplazamiento que quería. La situación pareció relajarse.

Cogió un lienzo en blanco y lo preparó adecuadamente. A continuación tomó los tubos de pintura que fue distribuyendo sobre una paleta. Todo lo hacía nerviosamente, parecía que se le escapaba el tiempo. Y todo ello sin quitar el ojo a aquella espalda, a aquella cabeza de medio lado, y a esa melena que tapaba unos ojos que sabía pendientes de todos sus movimientos.
Comenzó a esbozar, casi de forma violenta, trazos rápidos. Los ojos iban y venían de la modelo al lienzo y viceversa. Se movía impetuosamente. Sus ojos demostraban una excitación que parecía perdida, un resurgir de algo escondido en su interior y que pugnaba por salir. Pero cuanto más pintaba, más parecía que se le escapaba esa posibilidad. Hasta que estalló de ira y empujó lienzo y caballete al suelo.

La muchacha se sobresaltó y se puso en pie. El pintor se fue hacia un rincón totalmente desconsolado mientras se tapaba la cara con ambas manos y musitaba —Lo tengo delante y no soy capaz, no soy capaz— y siguió apoyado contra la pared.

La chica le miraba sin saber qué hacer. Finalmente se acercó a él y le puso la mano en el hombro. Al sentir su contacto ambos se sobresaltaron pero no se despegaron.
Al cabo de un tiempo ella le preguntó afectuosamente —¿Puedo ayudarte?
Y él se echó a reír —¿Más? ¿Puedes ayudarme más? Tengo delante cuanto he ansiado en todo este tiempo y tú me preguntas eso. Me lo has dado todo, en solo unos instantes, pero yo no soy capaz de sacar de mí lo que necesito. Eres la musa perfecta pero yo no soy el pintor idóneo. Te veo y sé que eres tú a quien deseo pintar, pero no poseo la capacidad para retratar lo que hay dentro de ti.

Ella se volvió hacia el caballete que estaba en el suelo y lo puso en pie. Después hizo lo mismo con el lienzo y lo colocó en su sitio. Se alejó unos pasos para poder admirar el cuadro. Mientras, él la miraba hacer. La veía de pie frente a la pintura, examinando curiosa, con los pechos al aire y los pulgares colgando de los bolsillos de su pantalón. Era hermosa. Pero había algo más en ella. Ya no era una jovencita pero tenía un atractivo innegable. Las ondas de su pelo rubio caían sobre su cara, haciendo que sus ojos quedasen parcialmente tapados. Realmente era preciosa.
Pero no era nada de eso. Su rostro, y sobre todo sus ojos transmitían calma. Y eso era lo que él veía, lo que trató de llevar al lienzo. Y no sabía cómo.

De pronto ella fue hacia él y le tendió la mano. Él se sintió confuso pero la tomó confiadamente.
—Ven, vamos a ver lo que falla— fueron al caballete y se pusieron a mirar el cuadro.
Así estuvieron largo rato. Y, mientras, las manos siguieron entrelazadas. Estaban a gusto. Ninguno de los dos sabía por qué pero se encontraban relajados. Parecía que se conocían desde hacía tiempo, y sin embargo solo llevaban juntos unas pocas horas.
Un rato después, la chica se dio cuenta que él no miraba al cuadro, sino que la estaba contemplando a ella. Y se ruborizó.
—¿Qué miras? Fíjate en el cuadro para caer en la cuenta de lo que está mal.
—El cuadro no está mal. Simplemente que es imposible plasmar lo que tú irradias.
Ella lo escudriñó en un intento por saber el alcance de sus palabras. Sus ojos estaban tan fijos en los de él que le obligó a bajar la mirada. No sabía cómo actuar con ese hombre. Y sin embargo tenía algo que le gustaba. Alargó el brazo hasta tocar su barbilla con la mano levantándole la cabeza. ¿Qué había tras esos ojos tan... tan... perdidos?

—Coge tus pinceles. Tienes trabajo— le dijo con una sonrisa vivificante mientras volvía a la silla y adoptaba la pose anterior; y añadió con vigor —Déjate llevar, tenemos todo el tiempo del mundo.
El artista la miraba embobado pero en sus ojos había una chispa distinta. Ese algo que antes intentó salir y que se diluyó con un ataque de ira volvía a hacer acto de presencia.

Agarró de nuevo sus pinceles, quitó el lienzo usado y puso uno nuevo. Observó el blanco de la tela como si fuera un muro que le separaba de su creación, pero ahora una sonrisa se iba dibujando en su cara. Volvió la vista a la modelo y ante sus ojos vio cuanto necesitaba. En ese momento comprendió lo que tenía que hacer.

                                                                                                      Publicado el 30 de diciembre de 2015