Los
ojos del pequeño Lucas se salían de sus órbitas. Ni parpadeaba. Los cientos de
libros que se almacenaban en las baldas en total y absoluto desorden le dejaron
atónito. No sabía lo que se iba a encontrar cuando por curiosidad se internó en
aquella librería. Todas aquellas estanterías que se perdían hasta el fondo, con
la misma cantidad de polvo olvidado que libros soportaban, eran una visión
increíble para el niño. Anduvo muy despacio por uno de los pasillos examinando
todos los volúmenes de todos los tamaños que podía imaginar que iban
apareciendo ante sus ojos. Hasta que una voz lo sobresaltó sacándole de su
ensimismamiento
—Buenos
días, muchachito ¿puedo ayudarte en algo?
El
niño se volvió hacia donde había escuchado la voz encontrándose con un anciano
—
¿Has leído todos estos libros? —preguntó con cara de incredulidad.
El
librero se echó a reír.
—No,
amigo. Muchos sí, pero todos no.
— ¡Pero si tienes cienes de libros…, millones! —gritó
todo entusiasmado.
El
viejo volvió a reír, pero esta vez tan impetuosamente que le provocó un ataque
de tos. El niño se preocupó por el anciano preguntándole si estaba bien, y este
le devolvió una sonrisa al tiempo que le decía:
—No
nos hemos presentado. Mi nombre es Lope ¿y el tuyo?
—Es
un placer conocerte don Lope. Me llamo Lucas.
Los
ojos del viejo volvieron a sonreír ante la educación del muchacho y su forma de
hablarle.
—Entonces
¿te gusta mi librería?
—Es
chulísima. Es muy vieja, como tú.
El
librero estaba asombrado de la personalidad tan viva del niño y le preguntó si
podía ayudarle en algo. Este adoptó cara de pensar y tras un breve momento le
dijo que quería leer un libro, pero uno entero, y muy gordo. Ante semejante
respuesta estalló en carcajadas dejando al niño con cara de sorpresa. No sabía
qué había dicho pero a don Lope le había hecho mucha gracia.
Cuando
pudo serenarse, miró al niño, y le preguntó qué libros había leído. Tras pensar
un rato le contestó que gordo ninguno. Todos eran cuentos con dibujos.
—Pues
El pirata Metepatas, El rey Solito, Teo y su familia, Teo en el cole, Teo va de
vacaciones, Teo en tren, Teo…
—Para
ya, para ya jovenzuelo —interpeló el librero entre risas—. Te he entendido,
creo que sabes todo sobre Teo. Y me hago una idea de tus lecturas.
—Y
yo quiero leer otras cosas —añadió el muchacho poniendo cara de aburrimiento.
Don
Lope escudriño a Lucas. El niño había despertado en él algo olvidado, en sus
ojos había un brillo distinto. Le recordó a sí mismo cuando hace muchos años
comenzó a leer, devorando cada libro que caía en sus manos: Y le vinieron a la
mente Viaje al centro de la tierra y La isla misteriosa de Julio Verne,
Sandokán de Emilio Salgari, Ivanhoe de Walter Scott, La isla del tesoro de Stevenson… Cuántas horas
de placer, siempre perdido en mundos lejanos. Sin embargo, se quedó pensando.
Le hizo al niño una seña para que no se moviese y despareció tras unas
estanterías tan atiborradas de libros como las que había en el resto del local.
Tras
un breve momento volvió con un pequeño libro y se lo entregó. El niño lo cogió
y leyó el título despacio:
—El
Principito, de… —y al llegar al nombre del autor comenzó a trastabillarse.
—Antoine
de Saint-Exupery —dijo el librero. Fue un piloto de aviones y luchó en la guerra.
— ¿Qué guerra? —interrogó el niño.
—Una
de las miles que el hombre ha hecho contra sí mismo. Pero da igual. Es la
historia de un piloto y un príncipe que viene de otro planeta y… bueno, mejor
será que lo leas. Y acuérdate siempre de una cosa “No se ve bien sino con el
corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.
El
niño le miró con cara de extrañeza y el viejo le devolvió un guiño.
—Lo
voy a leer hoy mismo, porque ¿Sabes don Lope? No tengo clase, como es Nochebuena.
Espero que me dé tiempo porque esta noche vienen todos a cenar a casa.
—No
corras, léelo con calma y a solas. Piensa en cada línea y viaja con el
principito.
—De
acuerdo, don Lope, ¿y tú con quién cenas esta noche?
El
librero agachó la cabeza y dijo:
—No
tengo a nadie.
Y
el muchacho le dirigió una mirada de tristeza mientras le preguntaba
—Pero
¿y vas a estar solo?
Inmediatamente
don Lope reaccionó al darse cuenta de la situación y soltó una gran carcajada.
—
¡Pero no, amigo Lucas, solo no! Tengo a don Quijote que vendrá a lomos de Rocinante,
los tres mosqueteros pero sin D’Artagnan que cenará con su novia, Alicia con la
Reina de Corazones que parece que se llevan algo mejor, Peter Pan y Wendy,
Sherlock Holmes y su inseparable Watson… Ah no, amiguito, solo no. Todos
estarán conmigo esta noche y será una velada espectacular.
El
niño le miraba estupefacto mientras cavilaba: ¿Dónde cabrá tanta gente? Pero si
esto es muy chico, y una sonrisa iba haciéndose sitio en su cara.
—
¡Guau! ¿Todos esos? ¡Qué bien!
Y
el viejo asintió mientras el muchacho seguía hablando.
—Nosotros
cenaremos pavo, y de postre almohadillas de crema ¡uummm!, lo más favorito del
mundo para mí.
— ¿Almohadillas de crema? —preguntó divertido.
—Siiií,
son bizcochos blanditos blanditos y con crema por dentro ¡Qué ricos! —y Lucas
se quedó pensativo y suspiró.
—Bueno,
don Lope, tengo que irme porque si no mamá se preocupará —y se dirigió hacia la
puerta. Ya se iba el muchacho con el libro en sus manos cuando cayó en la
cuenta de algo importante. Se volvió hacia el librero y le dijo cariacontecido:
—No
puedo llevarme el libro, no tengo dinero.
El
viejo librero volvió a sonreír mientras miraba con ternura al niño.
—Es
tuyo. Es mi regalo de navidad.
Lucas
no daba crédito a lo que oía.
—
¡¿Para mí?! Gracias don Lope ¡es superguay! —y miraba el libro como si fuese su
posesión más preciada.
Ahora
sí el niño se dirigió a la puerta y, antes de salir, se volvió hacia el anciano
y le dijo un ¡Felices Pascuas! que llenó de felicidad al librero.
El
resto del día transcurrió sin más cuestiones destacables en la librería. Cuando
iban a dar las seis de la tarde don Lope creyó que ya era suficiente. Determinó
que se iría a casa dando un largo y tranquilo paseo, y luego se prepararía una
buena cena. No todos los días son Nochebuena. Así, cogió su abrigo y su
sombrero disponiéndose a salir a la calle. Pero al abrir la puerta se dio de
bruces con una pequeña figura.
—Pero
Lucas ¿qué haces aquí? —preguntó con satisfacción el anciano.
—Menos
mal que he llegado a tiempo, don Lope —dijo el niño con voz entrecortada y casi
sin respiración.
— ¿A tiempo para qué?
—A
tiempo para esto —y sacó de una bolsa un pequeño paquete. —Son almohadillas,
don Lope. Le he contado todo a mamá y le he enseñado el libro que me has
regalado, y me ha dicho que, ipso facto, le trajese un presente como
agradecimiento. Y yo no sé lo que significa ipso facto pero he corrido todo lo
que he podido para llegar a tiempo. Están… ¡mmmm!— y le entregó el paquetito al
librero. —Así ya tienes postre para la cena de nochebuena.
Don
Lope no sabía qué decir. Y, en cualquier caso, un nudo se había hecho en su
garganta impidiéndole articular palabra. Ante su silencio el niño preguntó entristecido
si no le gustaba lo que le había traído. Como pudo, el librero recompuso la
compostura, y agachándose para estar a su altura le dio un abrazo como hacía
años que no obsequiaba a alguien querido. Y así estuvieron durante unos
instantes hasta que el anciano ya poniéndose en pie le dio las gracias
añadiendo
—Y
no solo por esto que me has regalado, sino por haber entrado en mi tienda y
haberte podido conocer. Gracias Lucas —y se despidió de él.
Cuando
llevaba unos pocos metros andados, la voz de Lucas volvió a oírse bien alta:
— ¡Don Lope! ¡Dé recuerdos a don Quijote, y a
Alicia y a Peter Pan…!
Y
una sonrisa de oreja a oreja brotó en la cara del viejo librero. Efectivamente
era Nochebuena.
III CERTAMEN DE RELATO BREVE "NAVIDAD SOLIDARIA" 2015
III CERTAMEN DE RELATO BREVE "NAVIDAD SOLIDARIA" 2015