sábado, 29 de septiembre de 2018

Aquel olor

El pequeño aguacero que había caído un rato antes había refrescado el ambiente haciendo que la temperatura fuese perfecta para caminar. Los primeros rayos de sol van tratando de abrirse camino entre los bloques de pisos que rodean el parque. El momento es perfecto ¿Por qué? La verdad es que no lo sé. Lo que sí sé es que me encuentro a gusto. El paseo me está resultando realmente agradable. Me encuentro bien. Inspiro totalmente llenando mis pulmones del frescor matutino. Y ahí está. Aparece de golpe, por sorpresa. Un recuerdo perdido. Un olor que sacude mi pituitaria y despierta un recuerdo en lo más recóndito. Algo primigenio, olvidado, sepultado bajo cientos de capas. Como la puerta mil veces pintada y que ante un fuerte golpe deja ver su primer color. Sorprendido levanto la vista. Ante mí se presentan edificios nuevos, grandes avenidas, zonas verdes que tratan de ocultar la profundidad gris de la ciudad. Pero no consiguen ocultarme lo que había sido. A mis ojos desaparecen, como un castillo de arena golpeado por las olas, y en su lugar surgen casa bajas, calles mal asfaltadas y explanadas cubiertas por maleza donde un niño juega, dejando pasar el tiempo sin importar nada más. Otro tiempo, otra situación, otra historia. Un lugar especial. Y de la misma manera que ha venido el olor se marcha, y el recuerdo vuelve a su oscuro escondite y reaparecen los edificios nuevos, las grandes avenidas y las zonas verdes que tratan de ocultar la profundidad gris de la ciudad. Pero no importa. El aguacero, el olor, el regusto de un recuerdo. Todo multiplica mi gozo. Y me siento bien.