domingo, 22 de mayo de 2016

Qué angustia

Me encantaba cuando le veía correr por el pasillo. Parecía que la casa no tenía ya ni un solo centímetro que no hubiese estudiado, revuelto, hurgado, toqueteado, o que directamente no hubiese puesto patas arriba ¡Qué cosas! Con lo terriblemente ordenado que era yo para todo y este enano era capaz de perturbar mi mundo físico a la velocidad de la luz. Así que no digamos el mental. Una locura.

Por todo ello, cuando desperté de la siesta, me di cuenta de que algo no marchaba. No oía nada. Ni niño, ni los dibujos en la televisión del niño, ni los juguetes del niño accionados por él mismo... Nada. Me levanté como un resorte llevado por un mal presentimiento, pero no quise que nadie se alterase ni que me pudieran ver alterado. Salí al pasillo y fui pasando de habitación en habitación. Por ningún lado conseguía encontrarlo. -Jodío niño- dije para mis adentros mientras los nervios luchaban por aflorar. Tentado estaba ya de pegar una voz cuando lo vi. Sentado en el suelo, con la cabeza pegada al mirador, oteando el horizonte sin realmente fijar sus ojos en nada. Ponía morritos como besando el cristal y luego separaba los labios, así una y otra vez.

Me acerqué lentamente haciéndome notar pues no quería sobresaltarlo, pero parecía hipnotizado. Llegué a su altura y me senté junto a él. Miré por el ventanal para saber que podía haber que le hiciese estar tan ensimismado. El parque de enfrente no tenía nada de especial. De hecho, por las horas que eran no podía haber ningún ser vivo pues el sol de julio caía con todas las de la ley. Aun así continué buscando aquello que pudiese tenerlo en tal situación pero mis esfuerzos fueron en vano.
Comencé a pensar si el muchacho había hecho alguna trastada gorda que no sabía cómo afrontar. El silencio entre los dos casi podía cortarse con un cuchillo. Y yo no tenía ni idea de qué hacer al respecto. Así que ahí me quedé, junto a él, mirando a través del cristal hacia ese punto que realmente no veía y pensando en algo que desconocía. ¡Qué papelón el mío! y ¿Qué hago?

Finalmente el más adulto de los dos rompió el silencio
—Papá ¿cuándo tú y mamá os conocisteis qué hizo ella?.
Realmente no esperaba esa pregunta y empecé casi a balbucear. En verdad el adulto era él.
—Quiero decir que si mamá te cogió de la mano, te llevó aparte y te dijo que ya erais novios o algo así.
Mi mente buscaba respuestas, pero qué decirle a un niño de ocho años. Jolines, que antes de la siesta había dejado a mi hijo jugando con sus amigos en la piscina y ahora me encontraba con un dramón. ¡¿Qué había pasado?!

El muchacho seguía con la cabeza apoyada en el cristal, poniendo morritos y mirando al infinito. Así que traté de ponerme en situación y buscar una salida al asunto.
— ¿Por qué me lo preguntas, hijo?
El niño respiró profundamente y me espetó:
—Es que Marta me ha dicho que ahora somos novios y que tendremos que hacer la vida juntos— y a continuación añadió casi con desesperación —y yo no sé si quiero.
Mi mente entró en colapso al tiempo que el niño continuaba con su cuasi monólogo.
—Y, ¿entonces, ella se vendrá a vivir aquí...? y ¿Quién va a hacer la comida? Porque yo no sé... y ¿Voy a tener que buscar trabajo?... A lo mejor encuentro algo en una juguetería, se me dan bien los juguetes...
Y ahí dije basta. Quién se habrá creído esa niña para hacerle el patrón a mi hijo. Será mema. Y traté de dejar las cosas claras al chaval.
—Vamos a ver, hijo. —Tratando de hacerle comprender— En primer lugar ¿no crees que tú y Marta váis muy deprisa? Que sois muy jóvenes, y lo primero es el cole, no el trabajar; y ahora tenéis que disfrutar del verano y las vacaciones y todo eso; y no preocuparos por quién vive dónde, ni quién cocina ni el qué, ni nada, ¿no? Yo lo haría así y así deberías decírselo a ella.
El silencio se apoderó de los dos. Y yo no sabía qué hacer para sacarlo de su angustia. Así que dejé que ese incómodo mutismo se apropiara de todo. Lo prefería antes que decir alguna estupidez de la que sabía que no iba a poder salir.
Tras unos pocos minutos, el muchacho se volvió hacia mí, resopló, y dijo con cara de fastidio
—Sí papá. Tienes razón. Pero el que tiene que pasar el verano con ella soy yo.
Definitivamente, el adulto era él.

                                                                                                               Publicado el 24 de julio de 2015