jueves, 26 de mayo de 2016

Un adiós.

La penumbra, el olor a cerrado, la atmósfera casi opresiva y el fuerte olor a alcohol. Todo ello definía perfectamente el ambiente de la habitación. Los ojos perdidos en el infinito y el vaso en la mano. Un trago. Otro más. Pero pese a tener nublada la razón su pensamiento estaba en el mismo sitio. Cuando ella le dijo adiós. Cuando mirándole a los ojos añadió un "simplemente, no puedo más". Que tenía que irse. Y él sin saber qué hacer, ni qué decir.

— ¿Y qué hago yo ahora?—la preguntó—Toda mi vida dedicada a ti. A nosotros. No puedes decirme que te vas. No lo permito.
—No se trata de lo que tú quieres. Esto se ha acabado. No tengo fuerzas para seguir luchando por los dos—dijo con aire cansado.
—No, no puedes. Trataré de hacer más por ti, de luchar más, de...—profirió entre sollozos.
Ella lo miró con ternura. Siempre había sido un hombre apocado, cariñoso y atento, pero inseguro, y tendría que salir adelante solo. No podía dejarlo así, pero la suerte estaba echada.
Cogió su mano mientras le sonreía. Un último acto de amor antes de la despedida. Y él respondió tomándosela con vigor, con veneración ante su esfuerzo. Y se hizo un gran silencio.
Y pasó el tiempo. Quién sabe si minutos, horas... Pero no podía dejarla escapar. Y siguió aferrado a ella. A todo lo que representaba, a toda una vida juntos.

La mano del médico sobre su hombro le trajo a la realidad. —Abuelo, se ha ido— le dijo con afecto y sabiendo que no era eso lo que él quería oír.
El anciano abrió sus desolados ojos, besó tiernamente las manos de su esposa y le musitó un débil adiós. Adiós.


La penumbra, el olor a cerrado, la atmósfera casi opresiva y el fuerte olor a alcohol. Todo ello definía perfectamente su vida sin ella. Un trago y otro más. Pero no puede olvidar que ella ya no está.

                                                                                                            Publicado el 29 de agosto de 2015