viernes, 27 de mayo de 2016

Una extraña enfermedad

—Muy bien Ángela, haga pasar al siguiente.
—Enseguida, doctor.
El doctor Osvaldo, psiquiatra, llevaba ejerciendo la medicina desde hacía mucho años. Demasiados. Había tratado infinidad de casos francamente duros de abordar y a los que tuvo que poner toda su sabiduría para sacarlos adelante. Y ya estaba cansado. Era un trabajo arduo y él ya no tenía los recursos suficientes para dejar de lado los problemas de sus pacientes, para que no le afectasen. Pero ese día fue demasiado.

La enfermera hizo pasar al paciente. Su cara era un poema: triste, ojeroso, decaído... un enfermo en toda regla.
El médico se levantó para saludarlo.
—Buenos días, pase y tome asiento, por favor. Trae usted mala cara. Cuénteme qué le sucede.
El hombre se frotaba las manos compulsivamente mientras paseaba sus ojos de tristeza infinita por todos los lados sin saber cómo encarar el asunto. Las palabras parecían no querer salir de su garganta.
El doctor ante la situación hizo por acercarse a él.
—Dígame, cómo puedo ayudarle. Deme algún dato por el que poder orientarme. Es verdad que le veo pálido, con ojeras...
El hombre no contestó, se limitó a coger aire profundamente y suspirar con tal fuerza que pareció que la vida se escapaba por su boca.
El médico le miraba atentamente tratando de encarar lo que tenía delante. Mientras, el hombre seguía en ese estado apático.
—Vamos a ver ¿le duele algo?
Por fin, el paciente le miró con unos ojos sin vida y le dijo quedo:
—Me duele el alma.
—Bueno — exclamó el doctor— por lo menos ya tenemos por dónde empezar. Ahora tratemos de ver el origen ¿Le han diagnosticado algún tipo de dolencia física grave?
—No, físicamente me encuentro bien. Cansado sí, duermo bastante mal.
—Le cuesta dormir, pero ¿por una simple falta de sueño o existe alguna preocupación que se lo impide?
—Sí, últimamente algo me ronda la cabeza. No me había pasado nunca porque nunca había necesitado nada, ni a nadie. Era feliz solo, con mis cosas. Pero ahora...— y el hombre calló.
—Así que ahora hay algo que le ha trastocado la vida.
—Sí, doctor. Me ha puesto el mundo del revés.
—Por favor, continúe ¿qué ha sido?
Al paciente de pronto se le iluminó la cara, miró a los ojos del médico y le dijo
—Tendría que verla. El día que la conocí estaba con un amigo que me la presentó —¿Qué te parece mi nueva churri, tío?— me dijo. Y me quedé prendado. Atractiva, con unos grandes ojos... simplemente maravillosa. Y americana.
—Vaya vaya, una americana. Así que ella es la culpable de su malestar. Bueno, al menos ya sabemos cuál es su enfermedad, sufre de cupidosis.
—¿Cómo? Pero ¿eso es grave?
El médico se echó a reír y le contestó
—Es algo que afecta a casi todo el mundo, y la gravedad de la enfermedad es la que usted crea que tiene.
El hombre miraba al médico con cara de no entender absolutamente nada.
—Me explico, quiero decir que Cupido le ha tirado la flecha del amor y le ha dado bien de lleno. Que está usted enamorado, alma de cántaro.
El hombre bajó los ojos sonrojándose y le dijo
—Es que tendría que verla. Qué estilo, qué curvas, qué carácter... y cuando la luz del sol se refleja en sus cromados es...
— ¡¿Cómo?!— saltó el médico como un resorte. —Pero ¡¿de qué me está hablando?!
El paciente se quedó sorprendido ante la reacción del médico
—Pues... de una moto, doctor; pero no de cualquier moto, una Harley ¡Y qué Harley!
En ese momento el médico estalló
—Salga ahora mismo de mi consulta ¡merluzo!
—Pero doctor, es que yo la quiero, no puedo vivir sin ella... sin su pop-pop...
El psiquiatra lo miró y cayó en la cuenta de lo que tenía que hacer: jubilarse ya mismo.