lunes, 23 de mayo de 2016

Una guitarra en la noche

Fueron horas de intenso bombardeo, de silbidos provenientes del cielo anunciando la caída de un nuevo proyectil, de estruendo, de cientos de hombres gritando por salvar su vida, otros tantos aullando por la metralla recibida o agonizando esperando una muerte no deseada. Horas interminables. Y tras él y sin tregua el nuevo ataque de la infantería enemiga. Vinieron ocupando los cráteres dejados por las bombas hasta casi estar frente a nosotros. Ya los sentíamos, no los veíamos, pero estaban ahí. Era el tercer asalto que intentaban en dos días y nuevamente nuestras ametralladoras barrían sus posiciones de un lado a otro. Y parecía que los habíamos parado.
Lentamente el sonido de las balas y de los proyectiles de mortero fue decayendo en ambos sentidos. La calma volvía al campo de batalla dando paso al pavoroso momento que demostraba otro tiempo perdido en el que nuevamente nadie había ganado nada. Solo se habían perdido vidas humanas. Vidas sin valor para generales que jugaban a la guerra desde una posición segura en la retaguardia.

Al caer la noche la calma se hizo más evidente. Apenas se oían ruidos. Los soldados de ambos bandos hablábamos en voz baja, tratando de relajarnos; fumando nuestros cigarros y pipas con cuidado, escondiendo el rescoldo para no dar aviso a los de enfrente de la posición; y los más intentando dormir antes de que los silbatos de los oficiales nos empujasen trinchera arriba hacia una muerte a la que mirábamos cada día a los ojos.

De forma casi imperceptible un ligero son fue haciéndose sitio en la noche. Una guitarra intentaba emerger desde las entrañas de la tierra, desde la profundidad de una trinchera. Un joven recluta pulsaba las cuerdas del instrumento con mesura, casi con cariño, como si tuviese entre sus brazos a aquella muchachita que se despidió de él con un beso en la mejilla cuando marchó al frente. Aquella que prometió esperarlo hasta su vuelta. Y así sonaba la guitarra, con amor. Y el muchacho siguió tañendo y su sonido atravesaba lentamente la oscuridad.

Los pocos murmullos que trascendían callaron ante la música. Era difícil escuchar algo así en aquel infierno. Y era tan primorosamente ejecutada que nuestros corazones, endurecidos por meses y meses de guerra fueron aflojándose, dejándonos llevar por la melodía y permitiendo a nuestras cabezas evadirse momentáneamente del campo de batalla, viajar a nuestra memoria y evocar con cariño y deleite otros lugares donde la felicidad estaba asegurada, allí donde sabíamos que todo era mejor. Infinitamente mejor.
Durante aquellos momentos todo se detuvo. Y la guitarra siguió oyéndose, hasta que tal y como apareció fue apagándose en la noche, dejando tras de sí una calma reconfortante en todos nosotros.

Al amanecer fuimos saludados con una nueva lluvia de obuses. Otra vez los hombres luchamos simplemente por no sucumbir a las bombas o acabar enterrados bajo los cientos de toneladas de arena que éstas levantaban con una facilidad pasmosa. Y tras horas de fuego graneado de nuevo a tratar de parar las acometidas de los infantes que trataban de hacerse con nuestra posición. Al final del día otro empate técnico regado con la sangre de cientos de hombres.

Cuando entró la noche, cual fantasma, la guitarra volvió a hacer su aparición rompiendo el silencio tenuemente. Las notas parecían brotar de la tierra diseminándose por todo aquel siniestro lugar como quien siembra una nota de color o un rayo de esperanza. Y durante ese tiempo todo lo que nos rodeaba a los miserables que allí nos encontrábamos quedó lejano.

Aquel hecho siguió repitiéndose noche tras noche y cuando se acercaba la hora todos los presentes callábamos y abríamos los oídos tratando de no perdernos ni una sola nota. Así un día tras otro. Hasta que dejó de oírse. Todos nos preguntamos dónde estaba el músico que tocaba aquel instrumento y que había faltado a su cita. La respuesta no se hizo esperar. El joven, un recluta, había muerto a causa de los bombardeos de la mañana, y a algunos metros de él encontraron su instrumento hecho añicos. No sabíamos su nombre pero todos le echaríamos de menos. Y más que nadie aquella muchachita que prometió esperar su vuelta.

Al día siguiente todo siguió su curso. La espantosa realidad. Más bombas, más muerte y más desolación. Nada había cambiado. ¿Cuándo acabaría todo aquello?

                                                                                                                                   Primavera, 1917

Basado en La Guitarra Del Joven Soldado de Silvio Rodríguez.

                                                                                                           Publicado el 19 de febrero de 2016